En defensa de la memoria de Sandra Aliaga
Mi padre, que entonces era
filocomunista, estaba preocupado por mi inminente ingreso al Partido Obrero
Revolucionario de Guillermo Lora, así que pidió la ayuda de algún conocido del PCB,
quien, a su vez, le pidió a uno de sus camaradas que hablara conmigo para tratar
de disuadirme de dar semejante paso. Corría el año 1983 y la persona que se
ofreció a cumplir ese insignificante encargo fue Sandra Aliaga. Tomamos un café
en alguna de las cafeterías que estaban cerca del Monoblock, donde yo comenzaba
a estudiar economía. Ella era unos diez años mayor y ya se había convertido en
docente universitaria en el área de su especialidad, la comunicación social.
Como era totalmente previsible, el encuentro
no logró su objetivo, pero en cambio nos hizo –por así decirlo– conscientes el
uno del otro. Las ocasiones de encuentro se multiplicaron después, en especial desde
que yo cambiara la economía por el periodismo y me convirtiera en un “comunicador
social”, en un colega de Sandra, aunque con inclinaciones distintas a las suyas:
Mientras que ella se dedicaba a la comunicación para el desarrollo, lo mío eran
las salas de redacción de los periódicos y la edición de libros. Nunca fuimos
amigos en el sentido fuerte del término, pero en cambio nos tuvimos afecto por nada
menos que 36 años, desde ese café algo incómodo de nuestra juventud hasta diciembre
del año pasado, cuando Sandra falleció prematuramente.
Como quienes la conocieron pueden
confirmar, era una persona amable y benigna, y fue una precursora en muchos
campos. Se merece un recuerdo agradecido o al menos compasivo, y sobre todo no
se merece eso que en este momento le está haciendo Rafael Archondo a su memoria,
con una reiteración que no permite pensar en el descuido o la casualidad, y que
indigna por su malicia y su simultánea puerilidad.
Archondo anima un blog con muchos
lectores llamado La Hache Parlante, que se dedica principalmente a la
chismografía sobre periodistas y políticos. Ahora mismo está empeñado en una
campaña contra los propietarios, gerentes y directores de La Razón, tratando,
como se dice, de “hacer leña del árbol caído”. Pues bien, tal es su negocio y
no tiene caso objetarlo. Cada uno sabe a qué dedica su breve tiempo sobre la
tierra. Sin embargo, no sería correcto permitirle desmanes contra una persona estimable
y que no tiene la posibilidad de defenderse (y que, por otra parte, está visto que
nadie más va a defender en este tiempo de miedo y de calculados reacomodos
políticos y periodísticos).
Como buen cultor del
sensacionalismo, Archondo presenta un hecho normal y hasta trivial –que Sandra
Aliaga fuera parte del directorio de La Razón– como la prueba –descubierta
primicialmente por La Hache Parlante, claro está– de que aquel periódico estaba
al servicio del vicepresidente del anterior gobierno, Álvaro García Linera.
Este hecho puede ser cierto o no, no interesa para lo que aquí tratamos. Lo que
cuenta es que la presencia de Aliaga en el mencionado Directorio no conduce a
esta conclusión, y sugerirlo, como hace Archondo, es INJURIOSO.
Archondo menciona los nombres de
los miembros del Directorio de La Razón en 2019 y luego hace esta pregunta: “¿Qué tienen en común estos nombres? Sin duda
alguna, su afinidad de larga data no solo con el gobierno del MAS, sino sobre
todo con el entonces vicepresidente Álvaro García Linera”.
“Sin duda alguna” una mentira, al menos en lo que se refiere a Sandra
Aliaga, que no era “muy cercana” a García Linera, como señala Archondo en otra
parte. Pero, ojo, que no estamos hablando de una simple imprecisión. Archondo necesita que Aliaga sea “alvarista” para poder sostener, acto seguido, que el
exVicepresidente controlaba La Razón a través de ella (y otros). Aquí ya
entramos en el terreno de la difamación.
Sin duda Sandra simpatizaba con el gobierno de Morales, aunque con
críticas que no se callaba. Esta es una cosa. Otra muy distinta, decir que era
la operadora de este gobierno en La Razón. Y también resulta muy distinto decirlo
no solo una vez, sino reiteradamente, ensañándose con una colega que acaba de
fallecer y que no puede decidir, como los otros aludidos, si quiere contestar o
no.
Resulta especialmente desagradable el reciente artículo de Archondo
(“La separata/ El fallo”) sobre un veredicto del Tribunal de Ética de la
Asociación de Periodistas, que presidía Sandra, en torno a una separata de la
Vicepresidencia contra Página Siete aparecida en La Razón: “El diario agredido,
Página Siete –dice Archondo–, recurrió un mes más tarde al Tribunal de Ética
Periodística presidido por Sandra Aliaga y conformado por otras cuatro
personalidades. La queja fue desestimada por los tribunos. Aliaga no firmó el
fallo. La Razón cantó victoria de inmediato. Se convalidaba el derecho de
cualquier medio a circular textos y fotos del cliente que pudiera pagarlo… Lo
que muy pocos sabíamos entonces era que García Linera mandaba en La
Razón…"
¿Por qué Archondo trae a colación este hecho, que no tiene ninguna
actualidad, resulta intrascendente y en poco ayuda a su causa contra La Razón
(ya que fue este periódico el que venció el envite)? ¿Y por qué acompaña esta
nota con una foto del Tribunal de Ética con el siguiente pie: “En la foto, del
6 de febrero de 2018, Aliaga, Villena, Soruco, Casassa e Ichazo juran al TEP.
Ella lo hace con el puño”? ¿Qué busca esta alusión al puño en alto de Sandra? Sin
duda no se trata de identificarla mejor, ya que ella es la única mujer de la
foto. Lo que Archondo quiere sugerir, entonces, es que si Aliaga levanta el
puño, es masista y –como ya sabemos que es miembro del Directorio de La Razón–
además favorece a este periódico en su calidad de presidenta del Tribunal de
Ética… Los hilos de la insidia son sutiles, pero Archondo no es tan hábil como
cree para tejerlos. En realidad, con esta incursión en la historia última del
periodismo ha dado un paso en falso. En su nota, no ha podido evitar incluir que
Aliaga “no firmó el fallo”, lo que, leído sin sesgos, echa abajo sus
presunciones. Incluso si él, prudentemente, se cuida mucho de informar a sus
lector que Aliaga no firmó justamente por su condición de miembro del Directorio
de La Razón. Una condición que solo era secreta para La Hache Parlante o, mejor
dicho, que este blog vuelve secreta a fin de rodear su cuento de una atmósfera conspirativa.
La prueba que Archondo esgrime sobre la supuesta clandestinidad de este cargo es
pueril: Según él, Aliaga “nunca” se habría jactado públicamente del mismo.
Sandra Aliaga no entró al susodicho Directorio por sus contactos con
García Linera, como supone, inventa y miente Archondo, sino por su amistad –archiconocida
en el mundo periodístico– con la directora de La Razón, Claudia Benavente. Y
por afinidad ideológica con la línea editorial del periódico, como por otra
parte resulta absolutamente lógico. ¡Bueno sería que los dueños de los
periódicos buscaran asesores y directivos que fueran feroces adversarios de sus
ideas y sus formas de hacer las cosas! Tal extremo no ocurre, estoy seguro, ni siquiera
en el directorio –unipersonal– de La Hache Parlante.
Puede Archondo seguir entregado a la triste ocupación en la que está
desperdiciando sus largos años de estudio y su talento escritural. Allá él.
Pero que no se meta con un nombre que ya debería estar más allá de los odios,
las miserias y los rifirrafes del periodismo nacional.
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